La segunda venida de Cristo
Rosibel Morera Agüero
En el capítulo 24 del Evangelio de Mateo se anuncia una gran tribulación que acaecería a la humanidad ANTES DE LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO: “Porque habrá entonces una gran tribulación cual no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá, y, si no se acortasen aquellos días, nadie se salvaría…” (Mt 24:21,22).
Yo me pregunto si es posible imaginar una tribulación mayor, de mayor horror y vileza, que la acaecida sobre Europa durante los 6 años que duró la Segunda Guerra Mundial, o la que puso fin al conflicto, cuando se lanzaron dos bombas nucleares sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.
También me pregunto qué especial batalla entre el Bien y el Mal ocurrió allí, cuando el Maestro Oscuro (Adolfo Hitler) fue capaz de convencer al culto pueblo alemán de perseguir, torturar y aniquilar al pueblo judío, el mismo de Abraham, Moisés y Jesús, los tres guías morales más importantes de la humanidad, y originadores de tres religiones: judaísmo, cristianismo e islam. Como señala la cita anterior, si esos días no hubieran sido acortados, y hubiese sido el armamento nuclear el que utilizaran ambos bandos, nada habría sobrevivido.
Conforme a las profecías, en el cumplimiento exacto y matemático de ellas, LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO YA SE PRODUJO. En la web puedes encontrar el libro “El CRISTO DE ACUARIUS, LAS CLAVES QUE LO CONFIRMAN”, donde esta servidora expone una serie de “coincidencias” que señalan al Maestre Serge Raynaud de la Ferrière (1916-1962) como el Mesías anunciado. Intentamos probar allí esta afirmación utilizando las Ciencias Sagradas, en especial la Arqueometría y la Astrología, ambas ciencias de santuario.
Tratándose de algo tan serio como un nuevo advenimiento de Cristo, sería imposible que, existiendo un texto tan desesperanzador como “Entonces, si alguno dijere: Aquí está el Mesías, no le creáis…” (Mt 24:23), los Colegios de Iniciación no contaran con datos suficientes y precisos para reconocer al Enviado.
En la primera mitad del siglo XX Alice Bailey anunciaba en sus libros la inminente aparición del Cristo correspondiente a la Era de Acuarius. También lo anunciaba El Tibetano. Y, ciertamente, ¡cuán cerca estaba! En efecto, en el año 1947 su hermoso rostro mesiánico fue visto descender de un avión en distintos aeropuertos de América, cumpliendo de manera inesperada el “llegar por los aires”. Muchos que lo vieron, escucharon, leyeron y compartieron con él alrededor del mundo, supieron de inmediato Quién era.
No pretendo profundizar en este pequeño espacio sobre este nuevo mostrarse del rostro divino. Estoy segura de que muchos y muchas sabrán reconocerlo porque, como Jesús mismo indicó: “mis ovejas conocen mi voz”. También porque somos innumerables quienes le hemos seguido, encarnación tras encarnación, intentando ayudarle.
¿Qué haríamos sin esos Grandes Maestres? ¿Sin ese rasgarse del Cosmos que nos envía, de edad en edad, Instructores de tales dimensiones? Probablemente ya no existiríamos. El ser humano es capaz de atrocidades tan extremas, incluso en nombre del Altísimo, que la mano de Dios debe haberse detenido en el aire muchas veces. Y, sin embargo, una y otra vez Ellos regresan, porque, como dijo el dulce y compasivo Jesús: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”.